Somos muchos a los que nos vuelve locos el chocolate, sea a la taza, en tableta, frío o caliente, pero… ¿sabemos de dónde proviene? ¿Conocemos la historia de este completo alimento y cómo llegó a nuestro continente? ¿Sabías que el cacao es una fruta, originaria de México y América Central, que proviene de un árbol que se llama Theobroma Cacao que en griego significa «alimento de los dioses»? La verdad es que los griegos no pudieron ponerle un nombre más acertado a un alimento tan rico.
Mucho se ha dicho sobre el origen del cacao: que si ya se cultivaba 5000 años atrás… que si es originario de la zona del Amazonas… que si fueron los antiguos pobladores mesoamericanos los que lo llevaron a la Península de Yucatán… Lo que sabemos con certeza es que alrededor del 1100 ad C, los mayas tomaban una bebida hecha a base de las semillas del cacao en polvo, que mezclaban con agua y a la que añadían harina de maíz como espesante. Por aquella época el chocolate no era tal y como lo conocemos ahora, ya que se aderezaba con hierbas, chile y vainilla. ¡Como podéis ver, a los mayas les gustaba los sabores potentes!
Fue tan importante entre los indígenas que se hacían ofrendas de infusiones de cacao en las tumbas de los reyes, e incluso llegó a ser moneda de cambio. Se sabe que un countle eran cuatrocientas almendras de cacao, un xiquipil estaba formado por veinte countles, y una carga eran tres xiquipiles.
La historia de cómo llegó el cacao a España es muy curiosa. Para ello tenemos que remontarnos a mediados del año 1511. Nos situamos en una de aquellas expediciones al Nuevo Mundo, en la que participó Vasco Núñez de Balboa. Justo al pasar su barco por delante de lo que hoy conocemos por la isla de Jamaica, una violenta tormenta hizo naufragar la embarcación, con todos sus tripulantes, de los cuales solo se salvaron veinte hombres. Entre ellos, el clérigo español Jerónimo de Aguilar, que cayó en manos de un pueblo indígena maya.
Lejos de desalentarse, Jerónimo de Aguilar se integró todo lo que pudo con la comunidad: aprendió su lengua, su gastronomía y sus costumbres, y fue considerado como uno más. Incluso llegó a casarse con una mujer maya y tuvo hijos con ella. Cuando Hernán Cortés consiguió dar con el clérigo, ocho años más tarde, le dijo que prefería quedarse con los que ya eran su familia. No obstante, Hernán Cortés le convenció para que, gracias a su conocimiento de la lengua maya, fuese su intérprete para poder comunicarse con los indígenas. Hay constancia que fue precisamente Jerónimo de Aguilar el que ordenó poner un saco de cacao en uno de los cargamentos que se enviaron hacia España. Junto a la «fruta con almendras», tal y como lo denominaba Hernán Cortés, también mandó la receta de cómo prepararlo.
El saco de cacao llegó, en el año 1534, al pueblo de Nuévalos en la provincia de Zaragoza. En el Monasterio de Piedra, monasterio cisterciense del S.XIII, estaba esperando tan preciado manjar el abad Antonio de Álvaro, que añadió a la receta azúcar de caña para hacerla a gusto de los europeos. Fueron precisamente los monjes de este monasterio los que, siguiendo las indicaciones del abad, consiguieron elaborar la primera taza de chocolate líquido de la historia en Europa. A partir de entonces, el chocolate fue la bebida preferida entre los nobles y el clero. Precisamente estos últimos, como que el cacao no aparecía en el antiguo testamento, no consideraban que fuese un alimento en sí mismo, así que lo bebían incluso en los días en los que tenían que hacer ayuno. ¡Bendito ayuno a partir de entonces!
Años más tarde, gracias a los jesuitas y, sobre todo, a las infantas españolas que acabaron casándose con reyes y nobles de otros países, el chocolate acabó expandiéndose por Europa, principalmente por Italia y Francia.